viernes, 9 de abril de 2010

El hombre que quemó sus alas



Las personas mayores enseñan a los niños las cosas que sus cabecitas no llegan a entender usando los cuentos y sus moralejas. Esto siempre ha sido así y espero que se convierta en una de esas costumbres que no se pierden con el pasar de las generaciones.

Aunque yo ya no era una niña, mi abuelo me enseñó a través de su ingenio y de un cuento, que el ser humano es capaz de justificar sus miedos de las maneras más sorprendentes.

−Abuelo, me han dado el trabajo en Londres ¿vendrás a visitar a tu nieta favorita?

−Marinita hija, los huesos de este viejo ya no están para esos viajes… no sería capaz de enderezarme después de tantas horas sentado en el tren.

−¿Tren? ¿Horas? Anda ya, con un avión seguro que estarías allí a tiempo de almorzar conmigo.

−Aviones… ¿Conoces la historia de Ícaro?

Entonces no pude reprimir la risa, hoy sólo me asalta una sonrisa al recordarlo.

−Abuelo eso es mitología y además los aviones no están hechos de cera ni viajan cerca del sol.

−No Marinita, la historia que voy a contarte sucedió antes de que los sabios copiaran en grandes libros las leyendas mitológicas, incluso antes de que Ícaro intentara conquistar los cielos.

>>Muchos años antes existió un hombre que consiguió volar. Su nombre era Protos y todas las virtudes que puedas imaginar en un ser humano adornaban la persona de Protos. Era leal, sincero, responsable, amable, respetuoso y, por supuesto, inteligente.

Llegó un día en el que los Dioses decidieron premiar aquel ejemplo a seguir para demostrar lo orgullosos que se sentían ante aquella creación perfecta.

Y el premio escogido, después de muchas deliberaciones, fue un fantástico par de alas. Protos se sintió honrado con aquel presente tan especial y agradeció a los Dioses que lo hubieran escogido a él entre toda la humanidad.

Pero la dicha no fue la que todos esperaban o, al menos, no duró lo que todos hubieran deseado.

Los Dioses esperaban que con el regalo de Protos todos los humanos cambiaran su actitud para conseguir su propio par de alas pero, tras la primera admiración lo que surgió fue la envidia en su más extenso significado.

A Protos no le importó, se limitó a disfrutar del cambio que aquellas plumas habían otorgado a su vida.

Su existencia se elevó, literalmente, a los cielos. Podía recorrer grandes distancias sin que sus pies fueran torturados por las sandalias. Arriba, experimentaba una libertad que nunca había sentido.

Sin embargo, llegó el día en que esa sensación de sentirse libre dio paso a la de sentirse solo. Irremediablemente solo.

Todo lo que hasta entonces le había importado se había convertido en puntos diminutos a los que observar desde lejos. Todo lo suyo se veía minúsculo… menos su soledad.

Llegó a su casa, confesó a su esposa que se había equivocado y ante la mirada atónita y asustada de ella, prendió fuego a sus alas.

Pero aquel regalo no estaba dispuesto a salir de su vida y en vez de convertirse en cenizas, aquellas plumas se tornaron de un intenso color negro.

Protos subió a la montaña más alta del lugar, arrastrando su torpeza, su desdicha y aquellas alas negras, para implorar a los Dioses que le liberaran de aquel presente.

Durante tres lunas lloró su amargura hasta que los Dioses se apiadaron de aquellas lágrimas y le libraron del regalo no deseado.

−Por eso, Marinita, en el imaginario del ser humano las alas negras no significan nada bueno y todo el mundo las asocia con la oscuridad que puede dañar al hombre.

−¡Es una historia fantástica, abuelo!

−Sí, por eso hay que hacer caso de su moraleja: si los Dioses hubieran querido que voláramos, hoy todos luciríamos un hermoso par de alas... pero el hombre nunca ha estado preparado para volar.

Por supuesto, nunca volví a insistir par que mi abuelo me visitara en Londres.

Respeté su miedo a volar y consagré mis vacaciones para que me contara nuevas historias que me hicieran soñar.


2 comentarios:

Eva dijo...

Muy curioso sí jaja La verdad es que la historia no me estaba gustando mucho, creo que es porque el principio parece un poco forzado, y rápido; sin embargo el final me gustó mucho. El abuelo se quedó conmigo jajaja

Nos leemos!!

Sharly dijo...

Un bonito relato con un final muy bueno. Felicidades

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