viernes, 8 de julio de 2011

Hambrienta.



Se sentía terriblemente hambrienta, su huésped apenas podía proporcionarle unos pocos sorbos de sangre que tenía que compartir con muchos de sus congéneres. No era muy inteligente, siempre se había movido por impulsos primarios, pero aún recordaba los buenos tiempos. Su cuerpecillo se estremecía de placer cuando pensaba en Furia, el dogo donde vivió hasta que su muerte la obligó a buscar un nuevo huésped. Para una pulga, eso era lo normal; pero actualmente nada era normal en la ciudad. La mayoría de seres con los que se cruzaba, se movían despacio y no se rascaban, lo que en principio podría ser una suerte para ella. Pero... su sangre era tan espesa y negruzca que no tenía alimento. Se inició entonces una carrera entre los insectos parásitos como ella y los zombis para conseguir la cada vez más escasa comida. Los hambrientos atacaban a los animales que podrían acoger a las pulgas y eso los estaba convirtiendo en una epidemia para ellas.

Hacía un par de días encontró a su nuevo suministrador de sangre y se encontró que estaba terriblemente delgado y cubierto de garrapatas, chinches y otras pulgas. Se había escondido en el interior de un contenedor de papel reciclado y se rascaba constantemente en busca de algún alivio, por desgracia para él todos los animales que caían volvían a subirse inmediatamente... No había mucho dónde ir. Un gruñido y un hedor característico llenó el interior del contenedor, más y más ruidos se sucedieron rápidamente, mientras el animalillo se encogía tratando de pasar desapercibido, pero los zombis habían descubierto al gato y trataban de alcanzarlo. Durante unos minutos que se hicieron eternos para el minino, los pelos de su lomo se erizaron y arañó cuanto se puso frente a sus garras... hasta que una mano lo agarró y apretó con tanta fuerza que sus huesos crujieron. Las pulgas saltaron antes de que se iniciase el banquete y se inició para ellas la búsqueda por un nuevo huésped.

Acababan de terminarse la escasa carne de la víctima cuando un sonido rompió el silencio. Una voz infantil empezó a cantar:

Despacio, despacio, los zombis se mueven despacio.

¿Quieres saber lo que ocurrió? Lee el relato completo en Para mi tu carne... que será publicada próximamente por 23 Escalones.

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